Ultramaratonista y solidario: el Robin Hood argentino

Así apodaron a Sebastián Armenault en Madagascar, donde corrió 150 kilómetros para sumar donaciones. Su historia y anécdotas.

Cuando Sebastián Armenault se dio cuenta de que la cola para el control de pasaporte en el aeropuerto de París era interminable, y que muy posiblemente perdería el vuelo hacia la capital de Madagascar, pensó que su ansiado viaje para correr los 150 kilómetros de la Racing Madagascar no había empezado de la mejor manera. Pero, claro, a veces el mundo conspira a favor, sobre todo de las personas que ayudan a otros…

El ultramaratonista solidario corrió hasta la puerta de embarque y no sólo se encontró con que el avión todavía no había salido. «Miré la fila y lo vi a él. No lo podía creer, hacía meses que había querido contactarlo, pero sin suerte. Conocerlo y contarle mi proyecto era el otro gran objetivo del viaje», explica Seba. La referencia es para el Padre Pedro Opeka, otro argentino que trabaja desde hace 48 años para los pobres en aquel país africano y que ha sido propuesto varias veces para el Premio Nobel de la Paz.

Sebastián junto al Padre Pedro,
Sebastián junto al Padre Pedro, con la bandera argentina.

«Me acerqué, lo saludé y le comenté de mi ONG, del trabajo social que hago y le entregué mi libro: Superarse es Ganar. Su reacción me dejó shockeado porque no sólo me felicitó sino que me invitó a visitar su Fundación y hasta a quedarme en su casa. ‘Nada de hotel’, me dijo. Y me escribió de puño y letra cómo llegar al lugar… Nos abrazamos y yo me subí al avión casi levitando. La carrera no había empezado y ya había cumplido uno de mis sueños», relata Armenault.

Armenault tiene 50 años y hace diez cambió su vida cuando decidió escuchar a su corazón. Conoció el running de grande y, a los pocos años, pese a entrenar como un amateur, se encontró corriendo ultramaratones (de 150 a 350 kilómetros) en los lugares más increíbles y peligrosos del mundo, desde el Desierto de Sahara hasta una mina a 850 metros bajo tierra, pasando por el Amazonas o el Polo Sur.

Sebastián Armenault vivió una experiencia única en Madagascar.
Sebastián Armenault vivió una experiencia única en Madagascar.

«Me acerqué, lo saludé y le comenté de mi ONG, del trabajo social que hago y le entregué mi libro: Superarse es Ganar. Su reacción me dejó shockeado porque no sólo me felicitó sino que me invitó a visitar su Fundación y hasta a quedarme en su casa. ‘Nada de hotel’, me dijo. Y me escribió de puño y letra cómo llegar al lugar… Nos abrazamos y yo me subí al avión casi levitando. La carrera no había empezado y ya había cumplido uno de mis sueños», relata Armenault.

Armenault tiene 50 años y hace diez cambió su vida cuando decidió escuchar a su corazón. Conoció el running de grande y, a los pocos años, pese a entrenar como un amateur, se encontró corriendo ultramaratones (de 150 a 350 kilómetros) en los lugares más increíbles y peligrosos del mundo, desde el Desierto de Sahara hasta una mina a 850 metros bajo tierra, pasando por el Amazonas o el Polo Sur.

La ultramaratón duró seis días. «Duros, seguro, pero muy reconfortantes. Antes de largar me compré 500 chupetines y, en cada aldea a la que llegaba, los repartía entre los nenes. Ver sus caras de felicidad me hacía olvidar del cansancio. Quizás el momento más lindo fue al tercer día, cuando organicé un picado de fútbol entre los chicos de un pueblo. Llevé camisetas, pelotas y lo armamos. Pusimos cocos partidos al medio como palos de los arcos y las banderas de las empresas que me apoyan para darle colorido al partidito… ¡Fue una locura, con 500 personas y 300 chicos!», detalla.

Fue un momento especial que, para él, tuvo un pico de emoción. «Cuando todo terminó, me senté en la mitad de la cancha a ver cómo cada chico se retiraba con su familia, todos unidos y felices por el evento. Y, entonces, pensé, ¿hace falta algo más? ¿Se necesita ganar una carrera o batir un récord? Para mí poder hacer realidad un sueño así es todo, no tengo necesidad de ganarle a nadie. En ese estado de felicidad, desarmé la cancha y me fui a la carpa. Al otro día me esperaba la etapa más larga y dura, de 42 kilómetros», relata, todavía emocionado.

La noticia de las acciones de Armenault fue pasando de aldea en aldea y a Seba, aunque nunca le robó a nadie, lo apodaron el Robin Hood argentino. Así, con esa fama, llegó a la ciudad de Akamasoa para la misa del Padre Pedro. «Allá es Dios. Había 3.000 personas y, la verdad, quedé impactado con su humildad, con el mensaje y con cada abrazo que les da a esos nenes, transmitiendo cariño, fuerza y esperanza. Estamos hablando de alguien que se calcula que ha rescatado a más de 100.000 personas de la extrema pobreza», comenta Seba.

Pedro le mostró su obra, compartieron un par de días y Seba se volvió a Buenos Aires. «Más allá de las vivencias, muy emocionantes, también quedan las donaciones que hará para comedores, escuelas, hospitales y geriátricos: 150 kilos de leche en polvo, 150 de cereales, 300 bolsas de revestimiento, 150 pares de zapatillas, 150 pares de anteojos recetados, 15 sillas de ruedas, 15 pares de muletas, 15 bastones ortopédicos, 300 libros, 150 cuadernos y 150 remeras», informa con orgullo.

Armenault no está solo. Con Weber Saint Gobain, uno de sus sponsors, trabaja hace cinco años con Huella Weber, el programa social que también tiene a muchos deportistas olímpicos buscando dejar algo en la comunidad. «Que te ayuden a ayudar es un sueño y más cuando no sos un deportista consagrado», elogia.

Armenault eligió el comedor Jardín de Dios, en José C. Paz, que desde el 2012 hasta hoy fue teniendo varias mejoras en infraestructura. «Lo increíble es que la familia del comedor está tan contenta y se hizo tan fanática de la empresa que puso una ferretería en el garaje de la casa y hoy vende los productos Weber», explica quien ya está entrenándose para un nuevo desafío: en octubre intentará unir París y Londres arriba de una bici. Con fines solidarios, como siempre. El Robin Hood argentino.

Fuente Clarín